miércoles, 25 de junio de 2008

Guadalajara-Talavera

Mientras muchos estábamos "en capilla" para participar en la Quebrantahuesos 2008, nuestro amigo Javi Serrano tenía entre manos otro reto: volver a unir las ciudades manchegas de Guadalajara y Talavera de la Reina. Pero nada de seguir el recorrido más corto, había que pasar por Segovia y Ávila para sumar nada menos que 320 kilómetros. Aquí su crónica de la aventura.

Son las 5:00 horas. Suena el despertador. Me levanto como un día cualquiera, haciendo un desayuno lo más completo posible, a base de zumo, fruta, tostadas y cereales con leche. Pero hoy no es un día cualquiera. Atrás quedan semanas en las que tenía en mente semejante reto. Unas veces por la climatología, tan caprichosa esta primavera, y otras por problemas físicos, he tenido que ir retrasándolo.

He dejado preparado por la noche todo lo que me pensaba llevar en los bolsillos, barritas, plátanos, cartera, móvil... Vamos, que menos mal que los bolsillos del maillot son amplios. A las 6:00 horas ya estoy vestido para la faena; me asomo a la ventana y las primeras luces del día asoman por horizonte. Me pongo las zapatillas y el casco. Cojo una luz roja trasera y me dispongo a salir porque, entre que salgo de Guadalajara y me pongo en carretera, ya habrá más luz. Y así, con las primeras luces del alba, me pongo dirección Cabanillas del Campo y, una vez que salga a la N-320 dirección Torrelaguna, ya se me verá con mayor nitidez.

La temperatura es agradable para las horas en las que estoy, 13º C, y voy con un papel de periódico bajo el maillot y los manguitos dados de sí que, cuando no me hagan falta, tiraré. Me doy en las piernas gel calentador, de ese del que te regalan una muestra en alguna marcha y que nunca utilizo. Se me ponen las piernas tan coloradas que casi hasta sirven de luz para iluminar el camino.

Al paso por Torrejón del Rey el sol empieza a asomar y ante mí se muestra una estampa bellísima: el sol saliendo por el este y una luna, casi llena, por el oeste.

Voy rodando a buen ritmo, envuelto en mis pensamientos y atravesando, camino de Torrelaguna, una zona de tráfico, aunque con arcén. El problema es que a veces ese arcén es intransitable, lleno de piedras y gravilla.

Dejo atrás Torrelaguna y el viento que, aunque suave, daba lateral por la derecha, ahora me es favorable. Apenas llevo recorridos 52 kms cuando surge un imprevisto, de los varios que me surgieron: rotura de un radio de la rueda trasera. Tras el cabreo inicial, ya que es un imprevisto que sienta mal, lejos de amilanarme decido seguir, como si no hubiese ocurrido nada. Se me plantean alternativas por si la cosa se tuerce más, como el hecho de que si antes de Navacerrada se rompe otro y no puedo seguir, cojo un cercanías y para casa. Pero eso no va a ocurrir, y menos un día como el de hoy.

Lo más lógico es llegar hasta Segovia y buscar una tienda. Con esas sigo, y en el primer cruce de Guadalix, bajo unas sombras, hago la primera parada técnica del día, esa que sirve para orinar. Aprovecho para untarme protector solar, ya que uno de los temores que tenía era el sol. Ese astro que esta primavera ha brillado, pero por su ausencia. Mi piel, que es muy blanca, enseguida se quema, por lo que no está de más tomar precauciones, llevando en uno de los bolsillos un tubo pequeño que me sirva para toda la jornada.

Prosigo la marcha en dirección al primer escollo del día: el puerto de Navacerrada. Como lo conozco y sé que es duro, lo subo con suma tranquilidad, a una velocidad adecuada a lo que voy a hacer, poniendo en muchas zonas el piñón del 25. Reservar es una de las premisas y, aunque un puerto así no da para reservar mucho, lo subo con ese fin. Tras de mí llevo una legión de admiradoras en forma de nube de moscas, que no hay quien se las quite de encima. Sólo el paso de algunos camiones y autobuses me las quitan de encima.

Corono y me como una barrita de esas que llevan un poco de todo: que si hidratos, que si proteínas, que si sales y vitaminas. Y es que yo de pequeño aprendí uno de los consejos de "Superratón": no me olvido de vitaminarme ni mineralizarme. En una jornada de calor como la que se avecina, es muy importante, hidratarse y además reponer sales y vitaminas que con el sudor se pierden. Así que, aparte de llenar un bote con sales, llevo aparte de más sales, dos barritas con ese suplemento.

Parada en la fuente que hay tras salir de las siete revueltas de Navacerrada y lleno los bidones. Poco a poco llego a la primera estación de la jornada: Segovia. No tenía previsto entrar, sino tocar la campana y continuar, pero el radio roto me obliga a "entrar en boxes". Tras preguntar, me indican una tienda que hay por el centro: bicicletas Sánchez, en la que el dueño Paco me atiende al instante. No tiene radios planos, pero me da igual. La llanta de carbono de perfil alto no es mayor problema para él que, tras dar con el radio adecuado y cambiarme la cabecilla, queda perfectamente reparada para continuar la marcha. Gracias Paco por tu diligencia. Pago y me voy hacia Ávila.

Aquí surge otro imprevisto: el viento. Un fuerte viento frontal me sacude en todos los morros. Sin duda, es uno, por no decir, el mayor enemigo que tengo sobre la bici. Afortunadamente, con el paso de los años, voy llevándolo mejor. Pero hoy no es un día normal. Y tras la desesperación inicial, decido que si no puedes ir a treinta pues vas a veinte y ya llegarás. Dicho y hecho. Entre los repechos que salpica esa carretera y el viento, voy desde antes de Villacastín con el plato pequeño, que en mi caso es muy pequeño: un 34. Pero poco a poco voy llegando al próximo destino: Ávila.

El problema es que la parada en Segovia me retrasó un poco y ahora el viento, me retrasa más. Aún así había previsto llegar a Ávila en torno a las dos de la tarde y llego a las dos y cuarto. Y todo ello bajo un sol de justicia. El calor ha tardado en llegar, pero lo ha hecho, y de qué manera.

Atravieso Ávila, y lo hago desde la parte más alta a la más baja, por lo que puedo relajarme antes de comer. Voy bordeando la muralla, dejándola a mi derecha. Dejo a un lado el famoso paso adoquinado que precede a los finales en Ávila de la Vuelta. Y así, con 201 kms en mis delgadas piernas, llego al avituallamiento deseado.

Entro en el Bar Emiliano y, tras pedir permiso al camarero, dejo la bici en un pequeño reservado que tiene el bar. Ese reservado me sirve para comer, ya que dispone de mesa y sillas. Miro el tablón donde están los bocadillos y me pido un bocata con pan de pueblo, muy crujiente, de cinta de lomo. Lo pido con todos los extras, como los coches: con queso, tomate y pimientos. Refresco para no añusgarme y helado de turrón de postre.

Ahí estuve por espacio de media hora, tras la cual, me vuelvo a untar protector solar y carretera y manta. Ahora el destino es Talavera y tengo previsto ir por la Paramera. Pero una cosa es lo que tenía previsto y otra lo que hice. Ahora os cuento.

Tras emprender de nuevo la marcha, sigo la indicación de Toledo, pues pensaba ir hasta San Martín de Valdeiglesias y de ahí hasta El Real de San Vicente. En esas estoy, cuando doy por hecho que he cogido la carretera de Toledo, pues la última indicación que vi era en esa dirección.

Llevo unos kilómetros y un compañero del pedal se pone a mi altura. Iniciamos la subida a la supuesta Paramera, cuando el ciclista que me acompaña me dice que él se da la vuelta en un par de kilómetros, cuando la carretera se estrecha. No me suena que la Paramera se estreche, cuando veo un cartel que indica: Navalmoral y Burgohondo. ¡Me había equivocado de carretera! Precisamente en mis preparativos del reto, había huido de ese trayecto, y no por el puerto de Navalmoral, que no conocía, dicho sea de paso, sino porque después tenía que subir los 15 kms de Mijares, un auténtico primera que, después de tantos kilómetros, no se como sentarían a mis piernas.

El caso es que no voy a darme la vuelta, ya que hasta el cruce quedan ocho kilómetros y sería hacer dieciocho kilómetros extras. Total, que reseteo y decido continuar: así subo Navalmoral, puerto desconocido para mí. Salvo una rampa inicial en torno al 10 %, corta eso sí, el puerto es muy llevadero y con varios descansos. Poco antes de coronar paro en una fuente y lleno los bidones de agua fresca. Una vez en la cima, me encuentro con otro loco de los puertos, que dijo llamarse Guillermo, y que venía de San Sebastián. Nos hicimos unas fotos, una de ellas con un champiñón del tamaño de un puño y tras departir un rato (me dijo que se había subido Peña Negra por la mañana, por sus dos vertientes y el día anterior La Covatilla y la Peña de Francia) me lanzo hacia Burgohondo, tras comer un plátano que tenía de reserva.

Durante la bajada de Navalmoral sopla un fuerte viento de cara que me impide coger mucha velocidad. Y así tras pasar Burgohondo y posteriormente el puente sobre el río Alberche (ganas daban de bajar a pegarse un chapuzón con la cantidad de agua que bajaba) inicio la subida a Mijares. El calor apretaba mucho, pero voy subiendo poniendo una velocidad de crucero muy llevadera, para la cantidad de kilómetros que llevo, en torno a los 240. La verdad es que me alegro de la equivocación, ya que la tranquilidad que llevaba por ahí era indescriptible, y ver como estaba de bonito Mijares no tiene precio. ¡Que bien le ha sentado la primavera! En el puerto más alpino de los que hay en Gredos, es una delicia ver como bajan cantidad de arroyos y regueros por sus laderas. Agua por todos los lados y, al fin y al cabo, vida. Las praderas estaban verdes, como nunca las había visto a estas alturas de año.

Deleitándome con las fabulosas vistas y sensaciones que me ofrece Mijares, corono y me como otra barrita con sales y vitaminas, pues el calor aprieta a base de bien, ya que estoy en torno a las cinco y media de la tarde. Hace tanto calor que apenas se ve el horizonte de la vertiente sur. La bajada es una delicia, y no por el hecho de no tener que dar pedales, sino porque es muy revirada y entretenida. Te hace ir atento, tanto que a la salida de una curva rápida, tengo que clavar los frenos si no me quiero comer unas cabras de un rebaño (la verdad, es que a una pierna de cabrito asada no le hubiese hecho ascos).

Sin darme cuenta, he llegado a una fuente que hay dos kilómetros antes de Mijares, donde paramos habitualmente la grupeta de Talavera, y vuelvo a llenar los bidones. Después del pueblo se entra en una zona arbolada donde se agradecen las sombras, ya que una vez que salga de esta carretera desaparecerán por completo. Atravieso el tramo empedrado de Gavilanes y llego hasta la carretera de Arenas, donde tras unos kilómetros giro a la izquierda hasta la carretera que lleva directo a Talavera.

Sólo queda un escollo delante de mi: subir Carboneros. Es una subida corta, de cuatro kilómetros, pero lo peor está en el kilómetro final, en torno al 8-10 %, y a estas alturas puede convertirse en los "Carboneros". Atravieso Buenaventura y empiezo la subida, y voy bien pese a acercarme ya a los 300 kms. Llego a ese kilómetro duro, precedido de uno bastante suave, y meto todo lo que llevo, subiéndolo con ritmo alegre. Corono y ya sólo me quedan repechos, alguno de ellos pestoso, como es el caso del que hay al atravesar Sotillo de las Palomas.

Ese repecho es especial esta vez, ya que al coronarlo consigo superar los 300 kms. Ese hecho me produce una especie de subidón, que hace que el siguiente, de kilómetro y medio aproximadamente, entre Marrupe y Cervera, lo suba a plato. Parecía que acababa de salir a dar una vuelta.

Sin nada más reseñable entro en Talavera con la alegría del que consigue lograr un reto, con la familia esperando en casa, a los que previamente había dado indicaciones de por dónde iba. En total me salieron 319 kms, con un desnivel acumulado de 4.150 metros. Casi nada. Esa noche recuperé las horas de sueño perdidas en la noche anterior, y al día siguiente estaba como nuevo y más ancho que largo, aunque mi madre sigue pensando que soy un modorro.

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